JULIO 21, 2009
Eternidad en nuestros corazones
LEA: Eclesiastés 3:9-17
Y ha puesto eternidad en el corazón de ellos. —Eclesiastés 3:11
Una vez presencié un bello panorama en las afueras de Anchorage, Alaska. Contrastando con un cielo gris oscuro, las aguas de una bahía provenientes del océano tenían un tinte verdoso, interrumpido por pequeñas crestas blancas. Pronto vi que esas crestas no eran olas, sino ballenas beluga de color blanco plata que se alimentaban a menos de 45 metros de la costa. Junto a otros espectadores, me quedé observando el movimiento rítmico del mar seguido de las apariciones fantasmales y ondulantes de las ballenas. El grupo permanecía callado, casi reverente. En ese momento, nada más importaba.
El autor de Eclesiastés habría entendido la reacción de la multitud. Él percibe claramente la belleza del mundo creado y que Dios «ha puesto eternidad en el corazón» (3:11). Esta hermosa frase se aplica a gran parte de la experiencia humana. Sin duda, se refiere a un instinto religioso; pero nuestros corazones también perciben la eternidad de otras maneras.
Eclesiastés presenta las dos caras de la vida en este mundo: la promesa de placeres tan cautivantes que quizá hagan que dediquemos nuestras vidas a buscarlos y la realidad inquietante de que, al final, no satisfacen. El atractivo mundo de Dios es demasiado grande para nosotros. A menos que reconozcamos nuestros límites, nos sujetemos a la soberanía divina y confiemos en el Dador de toda buena dádiva, terminaremos desesperados.
martes, 21 de julio de 2009
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